El otro día ayudamos a colocar nuestra primera sonda en una de las señoras más petardas de toda la planta.
Resulta que la mujer no quiere comer y eso salta a la vista ya que está tísica la pobre, no hay por donde agarrarla, y qué decir del momento en el que le hay que pinchar la heparina, todo un logro encontrar algo de grasa en esa barriga. Bueno, pues dado a que ella no prueba bocado el médico decidió colocarle la sonda. En el momento en el que se lo comunicaron su cara cambió por completo, se puso mucho más seria de lo habitual, que ya es decir.
La señora está muy mayor pero de tonta no tiene un pelo, entonces ¿qué hizo? pues cenar todo lo que le trajeron para evitar el sondaje. A las enfermeras y auxiliares ya les daba la risa y decidieron que de la sonda no la libraba nadie. Cuando acabó la cena fuimos las tres de prácticas, una enfermera y una celadora para sujetarla. Todas pensábamos que aquello iba a ser un espectáculo, ya que la mujer se queja por absolumente todo, pero al final no fue tan mal.
Comenzamos la colocación, nosotras nos limitábamos a pasarle el instrumental a la enfermera y, una vez colocada, nos aseguramos de que la sonda estuviese en el estómago.
La mujer, increíblemente se portó muy muy bien. Pero todo iban a ser rosas. A los 10 minutos de que se la colocásemos ya empezó a quejarse, que si le hacía daño en la nariz, que si le iba a hacer herida, que no notaba que le pasase la nutrición y así hasta el cambio de turno, pero suponemos que las quejas no acabarían ahí y que también estaría dándoles la lata a las enfermeras del turno de noche.
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