Ya hemos hablado mucho sobre como no todo el mundo esta hecho para la docencia, pero el viernes vi reafirmada este pensamiento cuando una enfermera me gritó delante un paciente.
Esta enfermera jamás quiere que vayamos con ella, solo para tomar constantes y hacer alguna glucemia. Siempre que le decimos si quiere ayuda nos dice que no. Este viernes, al hacer una glucemia, vi que el paciente necesitaba insulina, así que le pregunté si quería que la pusiese yo, que ya lo había hecho más veces. Su única respuesta fue" voy contigo"
Ya con el paciente, voy a coger el bolígrafo y veo que tiene dos. Cuando le pregunto, me dice de forma muy cortante: " ves como no sabes? si confundes la insulina rápida con la lenta le puedes causar una hipoglucemia" Cojo el boli correcto, le pincho la dosis, y me grita " SI YO YA SABIA QUE TENÍA QUE VENIR, SI SACAS LA AGUJA TAN RÁPIDO SE PIERDEN DOSIS DE INSULINA, NO SABES HACERLO"
El paciente, la familia y yo nos quedamos estupefactos. El fin de estas prácticas es APRENDER a hacer las cosas, y por supuesto que no me voy a quejar de que me digan que hago las cosas mal, es la forma de aprender, pero hay formas y formas de decir las cosas, y una de ellas nunca será gritando delante de los pacientes, que ya están suficientemente nerviosas de que los atiendan estudiantes.
Diario de nuestro día a día en el hospital. Reflejo de nuestras experiencias, vivencias y anécdotas en el camino hacia el futuro profesional.
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domingo, 6 de noviembre de 2016
La comida de hospital no es tan horrible
A lo largo de nuestro turno de tarde nos tocan dos sesiones de comida: merienda y cena. Y voy a protestar porque me parece insano tener trabajando a unas pobres jóvenes de prácticas y que no nos ofrezcan ni un colacao! Si es que vaya envidia... bizcochito, pan tostado, zumo, café al gusto del paciente... aquello es un lujo, ¡para que luego digan que no se come bien en los hospitales!.
Y es que llegan las 5 de la tarde y mientras tú sigues midiendo tensiones y repartiendo medicación, llegan los celadores con un enorme carro con bandejas que, a esta hora, va desprendiendo por todo el pasillo un olor a café y chocolate que a ver a quien no le entran las ganas de uno. Pero no, para ti no hay, tienes que esperar a tu descanso de las 18:30, y aún menos mal...
Esta hora siempre causa revuelo en planta, empiezan a sonar timbres y a llegar familiares al control: "Mire enfermera, ¿por qué a Pedro no le han dejado la merienda?, si a mediodía le han traído su comida de siempre!", "¿Pero señora quién es Pedro?", "¡Pedro, el de la habitación 40X!", "Marga, tu paciente.", y así se van pasando el relevo unas a otras desentendiéndose del asunto.
Pero mucho peor aún es la hora de la cena. Tú ya has tenido tu descanso y pobremente has ingerido una barrita de cereales y un zumo de melocotón del Froiz, entonces llegan las 8 y empieza otra vez el desfile de carros. Pero esta vez el olor no es bueno, provoca náuseas, qué horror. Y mientras repartes la medicación de esta hora celadores y auxiliares debaten sobre las dietas como vendiendo en un mercado: "¡40X diabético!", "¡40XX pastosa!", "¡40XXX blanda!", y así pasando por la normal, la de protección renal, la hiperproteica, la de fácil digestión, la basal o la dieta sin sal. Y es que no es la primera vez que se escucha a una enfermera: "Si os sobra una basal la dejáis por el control que ya me la como yo." Cualquiera no se come semejante plato de pasta con carne después de 7 horas de turno...
Y por último están los pacientes que te ven con cara de hambre y mirando deseosamente la comida y dicen: "Xa ven ahí a cena? E eu sin fame...", y tú les contestas "Fame teñoa eu..", "Ai neniña pois arrímate aquí que che dou un pouco","Tiene usted la tensión perfecta, chaaaao..."
Ubicación:
Santiago de Compostela, La Coruña, España
Olores maravillosos
No es agradable, pero es lo que hay.
No me considero una persona aprensiva, no me da asco la sangre ni ningún otro fluido corporal, ni las heridas purulentas, ni traumatismos graves, ni úlceras avanzadas, ni nada de eso.
Ahora sí, hay algo que a veces me supera y me es MUY difícil fingir cara de asco, y son los olores.
Ya no me refiero tanto a los olores corporales o de heridas sino de las comidas del hospital. Lo siento pero no puedo. Además llegan como relojes. A las 17:00 llega la merienda, lo soportable: cafés e infusiones, pan o galletas, fruta, yogures, todo bien y nada pestilente. A las 20:00 que no a las 19:55 ni a las 20:05 llega la cena, más puntual que un reloj de cuco. Esto apesta, en serio, y lo peor es que haya lo que haya siempre huele igual, como a pescado y puré pasado. De verdad que me dan penita de la de verdad los pacientes, sobretodo los que tienen apetito, porque supongo que se le cortará cuando les llevan las bandejas.
Lo peor es que este olor como a guiso de calamar y puré de verduras es fuerte y permanece en habitaciones (los pacientes no suelen ventilarlas), pelo, y ropa. "Ajqueroso".
Otra cosa que supone un problema para mí es la medicación, algunos antibióticos como el kefol apestan a producto químico, como a barniz o pintura, y aparte deja unas manchas blancas terribles. Pero el peor de todos es el flumil. Un día a una compañera se le cayó una pequeña e inofensiva ampollita en la sala de medicación. El hedor que desprendía ese infernal mL apestó toda la sala, que olió a bomba fétida toda la tarde.
Una auténtica pesadilla
Encontrarte con un paciente cabezota es de las peores cosas que te puede pasar.
El otro día ingresó un señor procedente de urgencias al que voy a llamar Ramón, para no desvelar su identidad.
Ramón a simple vista parece un anciano normal y corriente, como cualquier otro de la planta, consciente, orientado y colaborador o COC, como suelen abreviar los enfermeros en las fichas. Y digo parece, porque a los diez minutos de estar en la planta ya empezó a exigir. Que si hace mucho calor, que si se destapa tiene frío, que si el pijama le pica y prefiere un camisón, que a él no le hace falta ni pañal ni sonda ni nada, que él no va a cenar sopa, que quiere un filete, que las pastillas que le dan no son las mismas que las que tomaba en casa... y así toda la tarde.
Lo peor vino en el momento de la medicación de la cena en la que había que pincharle un Clexane (la heparina) y mirarle la glucemia. ¡Madre mía el Cristo que armó el buen hombre! A él no le hacía falta inyección ninguna, éramos unos matasanos y el azúcar lo tenía perfecto de siempre, ya lo sabía él, no necesitaba que se lo dijese ninguna enfermera. Las pastillas ya se las daría su hijo, porque se las había dado él siempre y nunca había pasado nada y la cena se la hacía su nuera que cocinaba muy bien.
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