El lunes no fue un día muy
ajetreado en la planta de digestivo. Al comenzar una nueva semana nos rotaron
las habitaciones, cosa que me dio mucha pena ya que le había cogido cariño a
muchos de mis pacientes y, además, ya me
estaba empezando a aprender la distribución y números de sus habitaciones. Lo
primero que noté al comenzar mi ya rutinaria ronda de termómetros y tensiómetros,
fue la gran cantidad de gente joven que había en comparación con mis anteriores
habitaciones. Ahora atiendo a un alcohólico que intenta escaparse todas las
noches, a un chico al cual tuvieron que ir los bomberos a sacar de entre unos
matorrales, a una pareja de sordomudos y a una señora estirada (y a su hermana,
que da más trabajo que la propia paciente), entre otros.
Visto así, el cambio de
habitaciones no me entusiasma en gran medida, pero también hay gente muy
riquiña, como un chico ciego que me comentó sus viajes a Gijón (es lo que tiene
contar que eres de Ribadeo), a su compañero de habitación que se conoce las infraestructuras
de dicho pueblo o al simpático que le dice a tu enfermero asignado: “Deja que
lo haga la chica! Que tú ya sabes hacerlo y ella tiene que aprender.”
Mañana es un nuevo día de
prácticas, a ver con qué me sorprenden estos personajillos.