El destino de cada uno puede ser muy puñetero
¿Os acordáis que en mi última entrada hablaba sobre la posible historia de amor entre un paciente y la hija de otro? Pues bien, siento deciros que no podré hablar más sobre dicho romance.
El viernes al llegar a planta vi como el paciente con fiebre sin foco recogía sus cosas para marcharse a casa, el médico le había dado el alta. Ahí ya supe que la historia de amor que tanto nos había ilusionado el día anterior tenía los minutos contados, al menos dentro de esas cuatro paredes.
Poco tiempo después vimos como la madre de la otra chica lloraba desconsolada por el pasillo; el médico le acababa de comunicar que se llevaban a su marido a paliativos, ya no se podía hacer nada por él, ya no más quimios, ya no más radioterapia. Lo único que quedaba era esperar y hacerle más llevadero el final. Minutos más tarde la hija llegó apresurada, con cara seria y buscando a su madre, que estaba siendo consolada por enfermeras y auxiliares. Madre e hija se fundieron en un abrazo intenso y lloraron juntas. Al separarse de su madre la chica buscó el consuelo del chaval con el que tanto había charlado eses días, el chaval que ahora hacía la maleta, dispuesto a marcharse a casa. Una vez lo encontró volvió a llorar, él la abrazó. Abrazó a una desconocida, que sin duda, se había convertido en alguien muy importante en esa estancia hospitalaria, alguien con quien seguir manteniendo contacto o, por lo menos, alguien de quien es difícil olvidarse.
El destino, algunas veces, nos ofrece una de cal y otra de arena y en un hospital esto se ve a diario. Mientras el chico estaba feliz porque por fin podía recuperar su vida, la chica lloraba la ya anunciada muerte de su pobre padre que tantos años llevaba luchando contra el cáncer.