El “control” de enfermería es,
sin lugar a dudas, el mayor descontrol de la planta. No importa cuántos
pacientes se encuentren peor de lo habitual, cuántas habitaciones estén
llamando para pedir un calmante, cuántas transfusiones de sangre haya en marcha
o cuántos familiares estén gritando para que el médico venga de una vez, que en
el control siempre habrá cachondeo. Es ese lugar privilegiado en el que nadie
más que el personal del hospital (tanto enfermeros, como celadores, auxiliares
o médicos) puede entrar. Y es por esto que en este pequeño espacio de siete
metros cuadrados es donde los pijamas de diferentes colores descargan sus
ataques de risa, su desesperación y su odio, para dar una gran bocanada de
aire, armarse de paciencia y de sonrisas y volver a la constante lucha contra
los pacientes.
El control también es ese lugar
en el que nadie sabe por qué le dieron el alta al paciente de la habitación x,
por qué no aparece el de la x+1 o por qué ingresaron al de la x+2. Papeles y
medicación por todos lados, ordenadores que no quieren funcionar, recetas de
sueros glucosalinos 3500+2clk que no existen y cajas fuertes con medicación
peligrosa abiertas de par en par. Las enfermeras tienen una gran habilidad para
que, una vez que el carro de medicación sale del control, todo parezca que ha
vuelto a la normalidad.
Al lado del control también está
la maravillosa sale del café, con los sillones más cómodos que he probado en
años y la tele en los documentales de animales de la 2. Sobre la mesa pasan
cada día multitud de aperitivos, desde bizcocho casero que trae de casa una
auxiliar hasta enormes bandejas de embutido que desaparecen en cuestión de minutos,
pasando por tarta de Santiago, pastas y algún que otro dulce que tampoco tarda
mucho en desaparecer. De acompañamiento, el periódico y un buen café.
¡En un lugar como este cualquier
persona querría trabajar!
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