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domingo, 23 de octubre de 2016

Siempre hay un hueco para la merienda

El “control” de enfermería es, sin lugar a dudas, el mayor descontrol de la planta. No importa cuántos pacientes se encuentren peor de lo habitual, cuántas habitaciones estén llamando para pedir un calmante, cuántas transfusiones de sangre haya en marcha o cuántos familiares estén gritando para que el médico venga de una vez, que en el control siempre habrá cachondeo. Es ese lugar privilegiado en el que nadie más que el personal del hospital (tanto enfermeros, como celadores, auxiliares o médicos) puede entrar. Y es por esto que en este pequeño espacio de siete metros cuadrados es donde los pijamas de diferentes colores descargan sus ataques de risa, su desesperación y su odio, para dar una gran bocanada de aire, armarse de paciencia y de sonrisas y volver a la constante lucha contra los pacientes.

El control también es ese lugar en el que nadie sabe por qué le dieron el alta al paciente de la habitación x, por qué no aparece el de la x+1 o por qué ingresaron al de la x+2. Papeles y medicación por todos lados, ordenadores que no quieren funcionar, recetas de sueros glucosalinos 3500+2clk que no existen y cajas fuertes con medicación peligrosa abiertas de par en par. Las enfermeras tienen una gran habilidad para que, una vez que el carro de medicación sale del control, todo parezca que ha vuelto a la normalidad.

Al lado del control también está la maravillosa sale del café, con los sillones más cómodos que he probado en años y la tele en los documentales de animales de la 2. Sobre la mesa pasan cada día multitud de aperitivos, desde bizcocho casero que trae de casa una auxiliar hasta enormes bandejas de embutido que desaparecen en cuestión de minutos, pasando por tarta de Santiago, pastas y algún que otro dulce que tampoco tarda mucho en desaparecer. De acompañamiento, el periódico y un buen café.

¡En un lugar como este cualquier persona querría trabajar!

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