¡Qué agradable es encontrarse con un enfermero orgulloso de su profesión!
Ayer tuve la suerte de trabajar con Suso, un enfermero al que no veía desde la primera semana de prácticas. Esa semana estuvo con los pacientes de una de mis compañeras, pero esta vez le tocó atender a los míos.
Suso es un enfermero de unos treinta y tantos años, rubio, de piel blanca y ojos azules, alto y delgado. Su carácter, amable y cariñoso, no sólo con nosotras, si no también con los pacientes nos tiene a todos encantados. En todo el tiempo que llevo de prácticas nunca había visto a alguien tan atento como él. Visita a todos los pacientes, incluso a los que no tienen medicación, se sienta a charlar con ellos y se presenta a los que no conoce "Ola, eu chámome Jesús, pero podes chamarme Suso, todo o que necesites non dudes en pedirmo, ti chamas e eu veño aquí nun periquete" le decía a una de las pacientes mientras le cogía la mano. Un amor. Así, normal que la gente lo pare por los pasillos, le dé dos besos y le pregunte qué tal a cada paso que da.
Eso a nivel de los pacientes, pero es que Suso no sólo es buen enfermero si no que también es buen profesor. Todo lo que hace te explica cómo y por qué lo hace de esa manera, te corrige lo que haces mal o regular y te enseña una forma mejor o más práctica de hacer las cosas. Una maravilla.
La parte triste de esta historia es que se va. Después de seis años en onco, se pasa a urgencias pediátricas porque también le encantan los niños, el chaval lo tiene todo. Así que seguramente ayer fue el último día en el que íbamos a coincidir con él y con su sonrisa permanente. Con gente así, tan feliz de hacer su trabajo te das cuenta de que merece la pena seguir en esta profesión.
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