Llegar a planta después de todo un fin de semana es un nuevo reto. Muchas caras conocidas y otras muchas que echas en falta. Puedo decir que me tocó el paciente más quejica de toda la planta.
Es un señor ingresado para ponerle quimio, nada más entrar en la habitación para mirarle la temperatura ya me supuse lo que me esperaba. El hombre se encontraba todo compungido porque el vecino de al lado y los familiares gritaban mucho al hablar, gritarían mucho para él, porque para mi estaban manteniendo una conversación completamente normal, pero bueno, yo por si acaso avisé. En el momento en el que mi enfermera me pidió que le sacase una analítica ya me temí lo peor. Llegué allí con mis compañeras de prácticas y su pregunta fue: "¿Qué me vas a pinchar tu?", le contesté con un sí seguro, claro y sonoro, para que viese que no me ponía nerviosa. Me aproximé con la palomita y el pobre hombre ya empezó a ponerse pálido "me estoy mareando, es mejor que lo dejes para más tarde". No buen hombre, se la tengo que sacar ahora, le guste o no le guste, el médico es el que manda, "¿y luego yo no mando nada? A ver si me voy a enfadar". Usted se puede enfadar todo lo que quiera que yo la analítica se la tengo que sacar igual. Y, obviamente, le pinché, con su grito de fondo y un movimiento de brazo que casi me pone él a mi la palomita, aún con esas conseguí llegar a la vena y sacarle el tubo de hemograma que había solicitado la doctora. Al acabar tuve que levantarle la cama y darle a olor alcohol porque casi se me desmaya. Todo un espectáculo. No sé qué hubiera pasado si no llego a encontrarle la vena a la primera.
No hay comentarios:
Publicar un comentario