El día que empecé las prácticas tuve mi primer ingreso. Un señor de no más de 60 años, de estatura media, ni muy gordo ni muy delgado. Entraba por un mal control del dolor ya que tenía cáncer de pulmón. Al visitar al paciente lo vimos francamente bien, el señor se reía, bromeaba y charlaba muy animado. Pero la realidad, poco a poco me fui dando cuenta de que era muy distinta.
A pesar de ver al hombre paseando con su mujer y el resto de la familia por el hospital, a la hora de repartir la mediación pude observar la cantidad de mórficos que le eran administrados, por eso aparentemente se le veía tan bien, porque no podía tener dolor.
Con el paso de los días fui cogiendo confianza con él y con su familia, hasta el punto de que me enseñaban fotos de sus nietos "a ver cando lle das un así a teus país", bromeaban. Al verle todos los días también noté como la alegría del hombre se iba apagando, como su mujer cada día tenía los ojos más rojos, más cansados.
La tercera semana de prácticas la cosa fue bastante a peor. Él estaba muy pálido y sus manos eran totalmente blancas, como si les hubiese echado polvos de talco. Cada vez paseaba menos e, incluso, cada vez se levantaba menos de la cama.
Esta última semana ya me di cuenta de cual iba a ser el final. El hombre totalmente encamado, con mascarilla todo el día y con nebulizaciones cada 2 o 4 horas. Se me cayó el alma a los pies. Lo peor vino el jueves y el viernes, cuando ya respirar se le hacía tan complicado que tuvieron que sedarlo. En el momento en el que en mi planta sedan a alguien sabes que solo queda esperar a que su corazón deje de latir. Por lo que le pusieron una sonda y se limitaron a eso, a esperar. Y así, mientras la familia esperaba abandoné este sábado la planta pero no sé cómo estarán las cosas el lunes cuando llegue.
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