Hoy he cumplido con mi cuarto día
haciendo prácticas en la planta de digestivo-nefrología en el Hospital Clínico
de Santiago de Compostela. En este tiempo tan escaso puedo decir con total
seguridad que he aprendido más que en todo el curso anterior, porque si algo
está claro es que la enfermería no nos la enseña ningún libro, si no el día a
día frente al dolor, sufrimiento y angustia tanto de los pacientes como de los
familiares a los que atendemos.
Esta semana he visto la muerte más
cerca que nunca, he notado el sufrimiento de familiares incapaces de tomar
decisiones que les cambiarán la vida, he
despedido con inmensa alegría a aquellos que por fin pueden volver a casa: “e
non te queremos volver a ver aquí”, es la frase más dicha siempre por los
enfermeros. Pero si hay algo que de verdad haya aprendido en estos días, es que
también escuchamos, comprendemos y damos la mano a quien necesite llorar: “porque
Pedro, eu non teño que curalo solo da barriga, tamén o teño que curar do
corazón, así que chore todo o que queira que eu vou estar aquí para escoitalo”
le decía Eva, mi enfermera asignada, a alguien que echaba de menos el apoyo de
su mujer fallecida ya hace 10 años y el de unos hijos que no muestran por él el
interés que se merece.
Como enfermeras, los pacientes
nos enseñan que tenemos que ser fuertes, y nosotras les enseñamos lo mismo en
otro aspecto. Es una relación recíproca y que nunca dejará de ser enriquecedora
en nuestras vidas, porque el contacto hace el cariño, el cariño hace el amor, y
el amor siempre gana.
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