Estos días me he sacado el pijama de prácticas pero, desafortunadamente, no he dejado atrás los hospitales. Esta vez de acompañante, de familiar, de la persona impotente que espera y espera y espera, y no obtiene nada. Viendo al personal de enfermería desde otra perspectiva, desde fuera, te das cuenta de lo importantes y ajenos que somos a la vez. Una de las cosas a las que más importancia le he dado es a la empatía, creo que una buena enfermera debe ser una persona empática, saber el sufrimiento que se esconde en una habitación y compartirlo, ya que mejorarlo no está en sus manos. Creo que muchas veces no somos conscientes de las historias que puede haber detrás de las familias, nos quejamos de lo pesados que son los acompañantes y del inconformismo del paciente, pero no pensamos en que ese no es su lugar, pero sí el nuestro. Un lugar al que nuestro trabajo correspondería también hacerlo de todos, un lugar donde al menos los pacientes y sus familias, ya que no contentos, puedan sentirse cómodos.
Es cierto que en muchas ocasiones es así, pero bajo la experiencia que me llevo de estos días en un hospital ajeno, puedo decir claramente que se debería trabajar mucho más en lo humano de la profesión. No consiste solamente en poner un suero al anciano al que su hija no consigue dar de comer, si no en acompañarla, decirle como puede hacerlo y darle otras posibilidades a su desesperanza.
Bastarían 5 minutos, tan solo 5, para reducir un mínimo la impotencia que se siente al otro lado.